En el más puro estilo beligerante, desafiante, destructor y violento que ha caracterizado a contingentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE); de familiares de desaparecidos o de agrupaciones feministas, los manifestantes del pasado fin de semana, presuntamente vecinos de colonias como La Condesa, Hipódromo o la Roma, arremetieron contra todo tipo de establecimientos comerciales.
Sus objetivos preferidos fueron aquellos en los que identificaron la presencia de extranjeros, sin que mucho importara si eran turistas o residentes. Y apenas por la mera apariencia física o porque no se expresaban en español no sólo los llenaron de acusaciones e improperios, sino que destruyeron ventanales y mobiliario de restaurantes y otros establecimientos comerciales en que los hallaban.
Desde luego que no se trató de una cacería como la que los nazis emprendieron contra los judíos, en la década de los 30’s, el siglo pasado, durante el ascenso de Adolfo Hitler en el preludio de la expansión alemana que luego derivó en el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
No, ciertamente, no era para tanto. Pero de que había odio o al menos un gran resentimiento, lo había.
Y quizás esa sea la reacción natural al hecho de saberse despojados de la vivienda y el barrio en el que vivieron durante décadas y generaciones enteras, es decir, al hecho de saberse víctimas de la gentrificación, un fenómeno social que a las claras les ha dicho que, de pronto, son ciudadanos de segunda; que ahora deben de vivir en la periferia o incluso fuera de la Ciudad de México y todo porque, sin duda, ahora son pobres.
El asunto se torna más dramático porque las casas y los departamentos en que vivieron antes esos vecinos, ahora los ocupan extranjeros, muchos estadunidenses, quienes pagan el doble, el triple o hasta diez veces más de lo que ellos pagaban a sus caseros, con el agravante de que se saben desplazados por los gringos, acaso simpatizantes del Trump, el mismo que ordena el despliegue de redadas antimigrantes, y más específicamente, contra los mexicanos de allende el Bravo.
Como se ve, hay al menos dos fuertes componentes que alimentan esta ola de indignación resentimiento anti migrante en la Ciudad de México que, por cierto, se lleva entre las patas al turismo: uno, el despojo y desarraigo de que han sido objeto y, dos, que de esta manera se favorece la residencia de extranjeros adinerados.
Como en los destrozos provocados durante movilizaciones del magisterio, de familiares de desaparecidos o de feministas, en la marcha contra la gentrificación aparecieron también los embozados de negro que se encargaron de violentar cuanto pudieron.
Y si bien la jefa de gobierno, Clara Brugada, prometió que no habría impunidad para quienes perpetraron estos hechos, claramente haría en este caso una excepción, porque hasta ahora es precisamente impunidad de la que han gozado otros vándalos al amparo de la manifestación pública.
¿Pedir que marchas y plantones no signifiquen destrucción, bloqueos a las vialidades y pasar por encima del derecho de los demás ciudadanos, es represión? ¿No es éste un gobierno de diálogo y acuerdos? Y en caso de una respuesta afirmativa, ¿por qué no intentar algo así?
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